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Les voy a contar una historia que es verdad. Resulta que Andy, una amiga mía, un día creyó encontrar la felicidad y esa incoherente maldita (la felicidad, claro) un día parece que se fue de su vida sin decir esta boca es mía.
Muy triste y apenada se quedó mi amiga, llegando hasta el punto de querer dormir días enteros de siesta y siendo atrapada por un gigante insomnio. La ruptura de una pareja, el fallecimiento del padre, son algunas de las pequeñas grandes cosas que la llevan a no ser feliz.
Recurro a mi libro de anécdotas y me acuerdo del maestro Facundo Cabral cuando dice: la felicidad es un estado de ánimo, siempre se puede ser feliz. A mí me tocó vivir la muerte de mi mujer y mi hija, la ceguera y el cáncer, para darme cuenta que la vida vale la pena. Y que razón que tiene Facundo con todo esto. San Francisco de Asís tenía la fórmula mágica para ser feliz: desear la mitad de lo que queremos, y de eso, esperar muy poco. Es decir, debemos ser felices con lo poco que tengamos en la vida.
A veces me vuelvo impotente porque la quiero ayudar y no encuentro la forma. Hablándole sé que no arreglo nada, haciéndole bromas tampoco. Se me ocurrió enviarle una postal digital y le encantó, pero ni siquiera sé si este cuento va a ser de su agrado.
Me encantaría ser el dueño de la felicidad de toda la Tierra y regalársela envuelta en un lindo papel. Sé que se la merece, pero... eso no se compra, ni se hereda y se regala, eso... se siente. Todos debemos ser el autor de nuestras vidas, el arquitecto de nuestro propio destino y el profeta de nuestra propia religión.
Hoy me desperté de un lindo sueño. Soñé que Andy era feliz. Y eso es lo que estas líneas pretenden, regalarle la felicidad que tanto está buscando. Pero no soy tan pretencioso, mis cuentos no la van a hacer sonreír, pero (y sin pero) la van a hacer meditar un poquito.
7 de mayo del 2000
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