lunes, 7 de noviembre de 2011

La Magia de las Distancias



por Marchelo Mariño
relatorcero@gmail.com

En un mundo tan grande, pero que es tan pequeño a la vez, entre ríos, campos y montañas, entre cielos, mares y abismos, entre todo lo imaginable y lo inverosímil, ahí, en la enorme licuadora de la vida, que mezcla todo haciéndolo homogéneo, ahí la conocí. No fue en ninguna discoteca, donde los tragos anestesian la angustia de la gente y donde el ruido quiere darle sonidos a nuestros silencios. Fue en un mundo tan grande y tan amplio, que la imaginación del hombre se queda sin ganas de nuevas locuras. 

Ella sin conocerme y yo sin conocerla, estábamos descubriendo cosas que quizás muchos todavía están por averiguar. Nuestras vidas habían cruzado apenas unas palabras, cuando ya me parecía que la conocía hace tiempo.

Me contó que su defecto era buscar la perfección en todo y ser un poco calentona. También, lo mencionó como al pasar, que su principal defecto era: "enamorarme perdidamente". No creo que ese defecto este haciendo ahora que el mundo sea algo parecido a lo que dice Santos Discepolo en el tango "Cambalache". No creo que el mundo sea una porquería, porque existan personas que tengan la suficiente valentía de gritar a los cuatro vientos y a los infinitos mundos: yo me enamoro perdidamente. A quien no le encantaría que alguien, estuviera perdidamente enamorada de uno. Sería maravilloso. Hasta daría lo que no tiene uno.

Pensé que no existían personas así en la vida, que tengan la suficiente fuerza espiritual para decir lo que sienten. Y sobre todo, hablar del amor como quien habla de algo común y cotidiano, como algo que se puede palpar, tocar, sentir, gozar, reír, disfrutar y... quizás, soñar.

Su fantasía es nunca dejar de enamorarme, aunque el cobarde miedo la persiga con el cruel y lapidario castigo, de aburrirse de esperar a alguien a quien pueda amar perdidamente con todo su corazón, y que por su puesto, sea correspondido de la misma forma y con la misma intensidad.

Por eso ella dice que no vive en la Tierra. Creo que sus horizontes están fuera de la estratosfera, porque ahí, lejos de la polución ciudadana y de los pecados terrenales, es donde encuentra esa misteriosa paz que todos necesitamos para ser felices. Claro que por eso es cuestionada abruptamente, porque la gente madura y adulta, no piensa en vivir en las nubes.

Ella se emociona profundamente, y hasta le da escalofríos que uno le diga las cosas lindas que quizás la vida, le esta privando sin darle explicaciones. Ambiciona ser feliz aunque cree que no se debe pensar y cuestionar ese detallecito sin sentido, que bastante seguido ronda en su cabeza, y que le deja la duda si estamos en la vida para ser felices, o simplemente, para ser (no se qué, pero para simplemente ser).

No sé si los sueños son sus ideales, o los ideales de los sueños, ¿son sus propios sueños? Son tan simples y sencillos sus sueños, que los hipócritas y los pesimistas mala onda pensarían: ah, pedís demasiado. Pero si conseguir un buen trabajo de lo que le gusta, tener una gran familia y tener buenos amigos es demasiado, se que hay gente en la vida que además de estúpida, no tiene nada. Porque creo que es lo mínimo que un ser humano puede pedir.

Cuando le dije que tenemos tantos sueños, que no nos alcanzaría la vida para cumplirlos. Todos los días matamos sueños, y a la persona que no queremos ser. Ella me respondió: "salgamos a resucitarlos entonces..." Y no creo que existan muchos ángeles en la vida, que salgan a resucitar sueños e ilusiones. Por eso creo que al lado de ella, el mundo se sentiría con más ganas de soñar y de ser feliz.
También le dije que si su imaginación se lo permite, la puedo llevar a cualquier ciudad del mundo, para hacerle despertar una sonrisa). Y ahí me di cuenta que amaba a la libertad, como la paloma ama al cielo limpio de aviones y misiles. "Déjame que agarre el cepillo de dientes y vamos...". Eso fue lo que me respondió casi sin conocerme, quizás en broma o quizás en serio (ojalá), cuando se lo pregunté (quizás en broma o quizás en serio).

En un mundo adicto al desamor, tanto como a la cocaína o a la marihuana, le dije sin conocerla que la quería mucho. Tal vez porque es una sana costumbre el querer a la gente, o tal vez, porque duele tanto el odio y hace más ruido que el mal, que nadie está acostumbrado a decir: “te quiero”. En seguida respondió: "me voy a endulzar demasiado con tanto azúcar... Y creo que el tema no pasa por ahí, si no, unos cuantos diabéticos no podrían vivir la vida. Creo que el tema es las santas y malditas costumbres de no decir: "te quiero".

Le duele el dolor de un doloroso amor (perdonen la redundancia). Aquel a quien le entregó su alma y su alma fue devorada para alimentar su ego, o su hombría o no se que mierda quiso alimentar, con un alma que lo amaba perdidamente. Pero creo que ya lo tiene digerido, o bien mascado, o bien escupido, no sé. Pero siempre queda ese puñal que nos atraviesa la columna vertebral y nos paraliza, porque entregamos todo y no recibimos nada. ¿Quizás no sabemos dar?, o lo peor, quizás no sabemos a quien dar.

Ella me dio la definición más perfecta de lo que es el amor. Nunca antes lo había visto así. "Es el Amor es para lo que vivimos". Le pregunte ¿qué serían nuestras vidas sin amor? Y me dijo: no serían vidas, serían días, horas, minutos.

Ella vive para el amor, porque lo demás son cosas triviales. Esas que como dice Benedetti, “se vuelven fundamentales, cuando vos estas llegando a casa”. Pero esas insignificantes trivialidades, no son nada sin la insignificante enormidad del amor.

Pero claro, tantas palabras para hablar de ella, y sin ni siquiera decir quien es. Lo que pasa, es que cuando se habla de la vida (aunque se personifique en mujer) no hay que dar nombres ni apellidos; solamente decir lo maravilloso que es vivir para conocer a la vida.


29 de enero de 1997



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MARCHELO MARIÑO

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